30.10.12

Ruleta rusa: parte 2

Te gusto el cuento? Te dio morbo? Queres leer el final?
Aca lo tenes, no te jodo mas.

Ya hay dos cadáveres. Y cinco personas.
Nunca antes había visto a un muerto. Ahora estoy en una habitación con dos cadáveres. Mierda. ¿Quién gana este juego? ¿Ganamos todos? ¿Todos perdemos? No va a quedar ni uno de nosotros.
Esto es una ironia de la vida. Sabés que te vas a morir pero tratás de durar un rato más mientras vivís temiendo que te vas a morir. Esto es la vida. Una mierda.
“El que sigue”, dice el rufián.
Yo lo miro a Edgar Allan Poe. Punkboy 95 también. Pero yo estoy tranquilo y él está como loco. No se puede mantener adentro de su cuerpo.
El rufián nos mira desafiante.
La vida es una mierda. Ya fue.
Agarro el revólver, agarro una bala, saco la vaina del tambor, meto la bala, cierro el tambor. Lo hago girar.
Dios, vos y yo tenemos asuntos pendientes.
Me llevo el revólver a la cabeza. Los miro a los otros cuatro. Cierro los ojos. Nadie respira. Click. No pasó nada. Todos vuelven a respirar.
El muchacho que está a mi lado, el que todavía no dijo nada, el silencioso, el que en la web se hacía llamar Kamikaze, me saca el arma. Hace girar el tambor, se lleva el arma a la cabeza y aprieta el gatillo. Click.
El rufián sonríe.
Punkboy 95 no puede más y se pone de pie.
“¿Qué hacés?” le pregunta el rufián.
Punkboy 95 nos mira a los otros cuatro como  Y trata de salir corriendo. Pero el rufián lo agarra.
“¿Qué hacés, cagón de mierda?”
“Soltame”, le dice Punkboy 95. “Salí.” Y entonces lo golpea despacio y torpemente. El rufián se cubre con los brazos y después lo golpea con furia. Le pega un par de piñas y después lo patea.
Golpeado y sangrando pero con la fuerza del miedo el chico se libera y sale corriendo por el agujero en donde debería estar la puerta.
“Putoooo de mierda”, le dice el rufián aunque Punkboy 95 ya no lo pueda escuchar. “Andá a hacerte coger un poco más. Puto del orto.”
Y después se vuelve a sentar.
“Pendejo de mierda”, dice el rufián como si se estuviera hablando a sí mismo. “Así, como ese tarado son todos los pendejos que se cortan las venas para que papi y mami los traten mejor. Así son los tarados de mierda que se suben a un puente y empiezan a gritar: mirá que me tiro, eh, me voy a tirar, hasta que vienen las cámaras de televisión y escuchan como la noviecita los dejó. Imbéciles de mierda. Hay que ser realmente un inútil en la vida para tratar de suicidarte. O te suicidás o no te suicidás. No podés ser tan imbécil. Como esos tarados que dicen: me traté de quitar la vida tres veces. Ni siquiera eso hacés bien, estúpido. Matate de una vez.”

Entonces se pone de pie con algo de desgano y me mira desafiante y después lo mira al silencioso, a Kamikaze. Estira la mano y Kamikaze le da el arma. Todos lo miramos. Así de pie en el medio de la ronda hace girar el tambor. Se lleva el arma a la cabeza. Los tres que lo miramos estamos serios y expectantes. Aprieta el gatillo. Click. Todos respiramos. El rufián sonríe levemente con un lado de su boca. Aprieta otra vez. Click. Y vuelve a hacerlo. Click.
Todos abrimos los ojos.
El rufián se sienta en su lugar y le da el arma al muchacho serio que está a su lado, a Quieromatarmeya.
Quieromatarmeya hace girar el tambor, se lleva el arma a la cabeza y aprieta el gatillo. Click. Vuelve a respirar.
“El que sigue”, dice el rufián.
Yo lo miro. El rufián me mira desafiante.
“Este es un juego rápido”, me dice. “Seguí jugando.”
La vida es un juego. Nada tiene sentido. Nadie gana.
Ahora sólo somos cuatro. Todo es más rápido.
Me toca de vuelta a mí.
Agarro el arma que me da Quieromatarmeya. Y la miro.
Cuando sos chico tenés la cabeza llena de sueños. Y después te das cuenta de que no podés cumplir todos esos sueños. Y muchas veces empezás a vivir muchas pesadillas.
“¿Tenés miedo?”, me pregunta el rufián.
Cuando sos chico todo es posible. Todo puede pasar. Y después creces y te das cuenta de que no vas a poder hacer muchas cosas. Y muchas cosas empiezan a salir mal. Y no hay segundas oportunidades. Todo es una mierda. Es tan difícil arreglar las cosas. Todo empeora. La vida está mal hecha. Está hecha de sueños irreales y de momentos de mierda. Dios, vos y yo tenemos asuntos pendientes. La vida es una mierda. El mundo es una mierda. Todo es una mierda.

Me apoyo el arma en la cabeza.
“Tenés miedo”, me dice el rufián sonriendo de lado. “Sos un cagón. Un cagón de mierda. Yo conocí a un montón de boludos como vos. Sueñan con una chica hermosa que nunca les da bola. Sueñan con ser famosos y ricos y terminan viviendo en cuartucho de mierda con otros dos chabones. Y terminan con una mina fea y soñando con la mina hermosa que nunca les dio bola. Dale, ¿qué esperas? Tu vida es una mierda. Estoy seguro de que sos la vergüenza de tus viejos. Apretá el gatillo. ¿Cuándo fue la última vez que te pasó algo bueno? Algo, lo que sea. Matate, la vida no tiene sentido. ¿Cuándo fue la última vez que una chica se enamoró de vos? ¿Nunca? Pegate un tiro, no vale la pena. Estoy seguro que la mina fea esa con la que estabas te dejó. Si, je. Es eso ¿no? Te dejó por otro. Por uno más fachero. Por uno con más guita. Por uno que realmente hace lo que quiere.  Matate, maricón, tu vida es una mierda infeliz.
Tengo el arma apoyada con fuerza en mi cabeza.
La vida es una mierda.
Kamikaze y Quieromatarmeya me miran expectantes. El rufián me mira desafiante.
“¡Dale, marica!”, me dice. “Acabá con todo. Acabá con tu vida de mierda. Acabá con esos sueños. Acabá con la mina que no te dio bola. Acabá con todo lo que no conseguiste. Acabá con la vergüenza de tus viejos. Acabá con la vida de mierda que te tocó por culpa de un dios de mierda que nunca te tuvo en cuenta. ¡Dale, maricón! ¡Matate!”
Todo es una mierda.
“Miralo a ese tarado con lentes y corbata”, me dice. “Ese es tu futuro. Vas a terminar con una gorda de mierda y un laburo del orto, yendo a trabajar en colectivo mientras el sodero te mete los cuernos. Terminá con todo eso. ¡Cagate en Dios y sus planes! ¡Matate!”
El mundo está hecho para la mierda. La vida está mal hecha.
“¡Matate!”, me grita el rufián.
Todo es una mierda.
“¡Apretá el gatillo!”
El fuerte siempre gana. Siempre tratamos de vivir un poco más.
Le apunto al rufián y le disparo. Bang. El rufián se pone de rodillas con una herida en el pecho. Sangra. Sangra. Sangra.
Sale sangre de su boca. Auque sonrie, siempre de costado. Finalmente cae, en su propio charco de sangre.
La vida es una mierda. Nada tiene sentido.
Dejo el arma en el medio de la sala. Los miro a los otros dos y les digo:
“Mátense si quieren.”
Salgo corriendo y los otros dos se abalanzan sobre el arma.
Salgo del duplex abandonado. Se escucha un disparo. Miro para atrás y sigo corriendo. Se escucha otro disparo. Ya no miro más para atrás.
Sigo corriendo. Sólo por la calle. Caen lagrimas de mis ojos.
El cielo ahora está rosa, un poco naranja. Mañana sera mejor.
Fin.