30.10.12

Ruleta rusa

“La realidad es sólo en lo que creemos. Si no creemos en nada entonces nada es real y si nada es real, nada importa.”

Señores: esto es el infierno.

El lugar es una habitación de cuatro paredes grises. Cuatro paredes de cemento viejo y rayado. Sucio,gastado, abandonado y deprimente.
Hay dos ventanas Como para que entre luz, pero nadie puede mirar para afuera.
Sólo entra luz y no se puede ver nada más que el cielo gris.
Hay una puerta, o más bien el agujero donde debería haber una puerta.
Y hay un arma en el piso. Y siete balas.
Alrededor del revólver hay siete personas. Todos estamos serios. Nos miramos pero no decimos nada.
El muchacho que está frente a mí, el rufián, agarra el revólver, agarra una bala, la pone, gira el tambor, se apunta el arma a la cabeza y aprieta el gatillo.
Click.
Todos respiramos. El rufián sigue igual que siempre, es más frío que el hielo. Le da el arma al muchacho que tiene a su lado. El muchacho hace girar el tambor, se apoya el arma y aprieta el gatillo.
Un trueno.
Sangre contra la pared. Se voló la cabeza.se reventó el cerebro.
Ahora se sienten las respiraciones de todos. Se siente el sudor frío. Casi se pueden escuchar los corazones latiendo mil veces más rápido.
El rufián sigue igual.
Y yo simplemente estoy viendo todo. Como si no estuviera acá.
El mundo está cada vez más loco, o mejor dicho, mas habitado de locos.
 Y todo es una mierda. Nada tiene sentido. Nada importa. Dios no existe. Y el amor tampoco. Nada es tan bueno como debería haber sido. Nada vale la pena. Todo es una mierda.
Hace un rato estábamos seis de nosotros esperando en una esquina. En una esquina por la que no pasa nadie ni nada. En la esquina en la que está este duplex abandonado que nunca se terminó de construir.
Ahí estábamos seis de los que estamos acá. Esperando, serios. Sin pensar en nada. O pensando en todo.
Todo empezó en Internet. Algunas personas buscan todas las respuestas ahí. Desde como cortar una botella de vidrio con un hilo de lana hasta cómo hacer pure de papas. Uno puede aprender cualquier cosa. Y conocer bastante sobre el mundo.

Todo empezó en Japón. Ellos lo hicieron primero. Ellos lo pusieron de moda. Los japoneses siempre hicieron las cosas bien. Siempre terminaron lo que empezaron.
Ellos empezaron lo de los suicidios en masa. Gente en Internet se conocía para matarse. Se juntaban y se mataban todos juntos. Nada de amenazas. Nada de llamados de atención. Nada de cámaras de televisión ni mediadores de la policía tratando de convencerte de que vivir vale la pena. Nada de eso. Pum. Muerte en masa al instante.

Esa es la tendencia. La tendencia suicida. Así se llama la página de Internet que nos juntó a nosotros. Somos la versión improvisada de los ponjas que practican el harakiri. Somos los suicidas. Somos los siete que decidimos dar el paso. Dar el paso para el otro patio. Colgar los guantes. Ponerse el pijama de madera. Bailar con la muerte. Dormir el sueño eterno. Estirar la pata. Ver de golpe las estrellas. Ir a saludar al barba. ir hacia la luz.
Y entonces cuando todos estábamos pensando en todo y en nada llegó el séptimo. Llegó Punkboy 95, ese es el nombre que tenía en la web. Y con él ya estábamos los siete.
No hablamos nada. Todos estábamos acá por algo. Algunos dijeron algo en la página. Pero acá estábamos todos callados. Algunos contaron todo cuando nos pusimos en contacto por internet. Edgar Allan Poe es el más grande de nosotros. Cuando todavía no nos habíamos visto, cuando sólo éramos nombres raros en una página web, me dijo que se estaba muriendo. Me dijo que tratar de seguir vivo era más caro que la mierda. Y que les quería dejar dinero a su mujer y a sus hijas, no dejarlas con deudas. Por eso se compró un seguro de vida de la puta madre. No pagó nada y los del seguro van a tener que pagar todo, aunque se muera de un balazo en la cabeza. No se si es una buena idea, no se si eso funciona.
Punkboy 95 es el más chico de nosotros. Creo que su novia lo dejó. No importan las razones. Son todas razones parecidas.
El amor es una mierda. El mundo es una mierda. Nuestra vida es una mierda. Todo es una mierda. Y nada importa.
Hay muchas formas de morir. Hay muchas formas de matarse. Algunos japoneses habían decidido subirse a un colectivo y tener un accidente de tráfico. Otros habían elegido tirarse debajo del subte. No son buenas ideas. Podés quedar vivo. Y peor que antes. Quemarse vivo es un garrón, te explotan los ojos. Ahogarse es una mierda, hasta que perdés el conocimiento sufrís como un hijo de puta. Cortarse las venas, por otro lado, es una buena idea, cuando perdés mucha sangre te desmayás y ya no te das cuenta de nada. Envenenarse tambien es una buena opcion.

Pero nosotros elegimos el revólver. Es rápido. Un disparo en la cabeza y en cinco segundos estás fuera de juego. Sin darte cuenta. Sin sufrir. Sin esperar.
El rufián tuvo la idea. Y trajo el arma. Y dijo que juguemos a la ruleta rusa. Cinco huecos en el tambor y una bala. Siete suicidas. Siete disparos. Uno en seis las posibilidades de morirse. Cinco en seis las posibilidades de seguir vivo un rato más.
Los siete saltamos la reja que divide al duplex de la calle y después nos metimos en el interior de la construcción abandonada.

Nada importa en verdad. Esto no es algo tan grave.
Nosotros podemos elegir. Podemos elegir cómo y cuándo nos vamos a ir. La muerte no nos va a agarrar por sorpresa. Nosotros la estamos agarrando de las bolas.
El rufián fue el que eligió la habitación en la que ahora estamos. Y fue él también el que sacó de entre sus ropas el revólver y las siete balas y las deja en el medio de todos. En ese momento fue que se me ocurrió que no era un muchacho común, que era un rufián. Y así empecé a llamarlo en mi cabeza. No importa su nombre, ni el nombre que se había puesto en la web, ahora es el rufián.
Marylin monroe se suicido. Tambien Kurt Cobain. VINCENT VAN GOGH. Elvis presley. Adolf hitlet. Romeo y Julieta. No importan las razones. Todos tenemos nuestras razones.

En Alaska se suicidan casi todos. Es por la falta de sol que reduce los niveles de serotonina que es un químico del cerebro que produce la felicidad. En Alaska todo es muy deprimente. Todo es muy blanco. Muy frío. Muy triste. Muy solitario. Muy tranquilo.
No importan las razones. Todos tenemos nuestras razones.
Sigamos.
Y después que el rufián dejó el arma en el suelo todos nosotros nos sentamos en corro alrededor de ella. Mirándola. Cómo esperando a que algo pase.
Y algo pasó.
Ahora todos están un poco alterados. Uno está muerto, tirado entre nosotros. Hay sangre. Sangre bajando lentamente por la pared y acumulandose  en el piso. El rufián sigue igual que siempre. Le saca el revólver de la mano al muerto, abre el tambor, quita la vaina, agarra una bala, carga otra vez el arma y se la da a Punkboy 95. El chico está muerto de miedo. Duda. Tiembla. Todos lo miramos. Expectantes. Llora. Gira el tambor. Sigue mal. Se acerca el revólver. Aprieta el gatillo. Click. Zafó. Se cae de espaldas. Está con los ojos bien abiertos. No lo puede creer. Lo disfruta. Está como duro.
“El que sigue”, dice el rufián.
Punkboy 95 le da el arma al que tiene a su lado, un muchacho que tiene cara de nada, un muchacho que en internet se había puesto de nombre: Quieromatarmeya. El muchacho gira el tambor. Se mueve lento. Todos esperan. Todos miran. Se lleva el arma a la sien. Cierra los ojos. Suda. Aprieta el gatillo. Click. Suspira. Le da el arma al cuarentón de Edgar Allan Poe.
Edgar Allan Poe abre el tambor y saca la bala para mirarla.
“¿Qué hacés?”, le dice el rufián.
“Es muy probable que esto esté en mi cabeza en unos segundos”, le responde Edgar Allan Poe. “Quería verla”, le dice. “Esto es importante.”
Nada es importante.
Edgar Allan Poe mira la bala bien de cerca. La mete otra vez en el tambor. Se lleva el revólver a la cabeza. Todos lo miran. El rufián entrecierra los ojos. Edgar Allan Poe aprieta el gatillo. Click.
“Dame el arma”, le dice el rufián.
“¿Qué?”, le pregunta Edgar Allan Poe.
“Sos un imbécil”, le dice el rufián.
Edgar Allan Poe duda. El rufián se pone de pie y le quita el arma. Todos lo miramos. Hace girar el tambor. Y se lo apoya en la cabeza. Aprieta el gatillo. Click. Otra vez. Click. Otra vez. Click. Todos están fuera de si. El rufián le apunta a Edgar Allan Poe y aprieta otra vez. Click. Abre el tambor. Está vacío. Agarra una bala y lo carga.

“Sos un imbécil”, le dice a Edgar Allan Poe. “¿Qué hacés? Te estás equivocando si estás acá para hacer estupideces. Con esa corbata de mierda y esa cara de idiota detrás de esos lentes no engañás a nadie. Yo ya se cómo sos vos. Ya te saqué la ficha. Sos uno de esos idiotas que viven pidiendo perdón y permiso. Fuiste virgen hasta los treinta y la única mina que te dio bola es con la que te casaste. Una gorda hija de puta que ahora te maneja. Sos su mujercita, su conchita pedazo de puto. Te está quitando la vida de a poco. La poca vida que tenés. Si, yo se como sos vos. Sos uno de esos perdedores. Nunca hiciste nada bueno. Nunca lograste nada. Conseguiste un trabajo de mierda que te ocupaba todo el día. En el trabajo todos te jodían. Y jamás tuviste un amigo. Sentís que nadie te entiende. Y estoy seguro. Que ahora la gorda puta de tu mujer se puso más pesada y el trabajo de mierda que tenías lo perdiste.

El rufián le pone el arma en las manos como desafiándolo con la mirada. Y se vuelve a sentar en su lugar. Todos miramos. Nadie hace nada.
“Te toca otra vez”, le dice el rufián. “Ahora de verdad. Terminá con este juego de mierda.”
Edgar Allan Poe pone cara de nada. Respira más agitadamente y lo mira al rufián con los ojos entrecerrados. Hace girar el tambor. Se lleva el arma a la cabeza. Todos lo miramos. Todos dejamos de respirar. Todos esperamos. Edgar Allan Poe aprieta el gatillo. Bang. Se vuela la cabeza. La sangre chorrea contra la pared. Su corbata esta llena de sangre.
Punkboy 95 ahoga un grito.
Todos respiramos otra vez...